domingo, 2 de abril de 2023

ORBITA HUAMALIANA

Domingo, 2 de abril 20223

Historia 

LAS RABONAS

El largo periodo de tiempo desde la guerra de la Independencia, las guerras de la consolidación de la República y la guerra del Guano y el Salitre, entre finales del siglo XVIII y todo el siglo XIX, tienen en común entre otras cosas, la presencia permanente de las «rabonas» en el Ejército, tanto en la vida de guarnición (en los cortos periodos de paz) como en la guerra

  Pero, ¿Quiénes eran las rabonas ?, la definición del término en el Diccionario de la lengua española (2019) menciona:

“Mujer que solía acompañar a los soldados en las marchas y en campaña ”, El Diccionario de Peruanismos  de Pedro Paz Soldán  (1884)dice de ellas con una connotación abiertamente discriminatoria y racista, lo siguiente:

…La rabona es una india de raza pura, pequeña, maciza y cuadrangular, hideuse, que va siguiendo abnegadamente al soldado peruano por los desladeros de la sierra, por los arenales de la costa, por entre los fuegos de la batalla, y llevando a cuestas a sus espaldas, en un enorme rebozo de bayeta, anudado sobre el pecho, los úles de cocina, el fruto de sus entrañas, la fajina para  prender el fuego, ¡un hogar entero! … Las razas de la costa o litoral no han producido nunca este tipo, que sería sublime y digno de idealización, si su fealdad y asquerosidad esquimales, no la pusieran enteramente fuera de toda especulación mientras que Alberto Tauro del Pino en su Diccionario enciclopédico ilustrado del Perú (2001) reere:

Mujer que acompañaba y atendía al soldado peruano durante las campañas militares de la guerra emancipadora, tanto en el bando realista como en el patriota, la necesidad de emprender largos recorrido dependiendo de la resistencia del hombre andino reclutado como soldado, creó la necesidad de concederle el derecho a una rabona o mujer de compañía, capaz de atender sus necesidades. De este modo los servicios auxiliares eran menos costosos y solo se desnaba a los oficiales. La tropa de rabonas solía marchar a la retaguardia...

El grueso del personal de tropa del Ejército durante el siglo XIX, estaba constituido por indígenas que provenía de las alturas de los Andes, consecuente con esto, la rabona era una mujer indígena, pobre, quechua hablante: esposa, pareja sentimental, hermana o madre del soldado, que lo acompañaba desde su reclutamiento forzoso (leva) en su terruño hasta los cuarteles en las ciudades, ellas se instalaban en canchones a inmediaciones a este, en una suerte de covachas construidas con medios de fortuna (ramas, telas, maderas, hojas) (Parra,1979) y eran las encargadas de adquirir los ingredientes necesarios para confeccionar el rancho  diario de la tropa, empleando el “prest ” asignado a cada hombre de la unidad de tropa. A una determinada hora se le permitía los clases y soldados salir del cuartel para dirigirse donde las rabonas para pasar sus alimentos, tiempo que era empleado además para afianzar[T1]  los vínculos afectivos existentes entre ellos y su rabona. Existían algunas excepciones, como el caso de guarniciones alejadas de las ciudades, por ejemplo, el fuerte San Ramón en Chanchamayo, donde las rabonas vivían dentro de la instalación militar, como lo describe el entonces capitán de artillería Emilio Castañón en sus memorias inéditas (IRA):

… con un intervalo de cuatro metros, estaban los departamentos de la comandancia, mayoría, cuartos de oficiales, cuadra de tropa, cuadra de las mujeres de esta, la cantina y el almacén. Delante del fuerte había una plazoleta, bien despejada, en cuyo costado fronterizo aquel, estaba la ranchería de las “amorosas”, donde permanecían durante el día hasta el toque de retreta, que se recogían…

Cuando se iniciaban operaciones militares y había que trasladar a las unidades a lugares lejanos, las rabonas se desplazaban ya sea por vía marítima como quedó registrado en los libros de bitácora de los diferentes buques de nuestra armada (Carvajal, 2002) o vía terrestre, encuadrándose ellas en la

«cola” del destacamento de marcha al empezar el desplazamiento.

Esto se debe a que eran ellas las que levantaban los campamentos o vivac recogiendo las ollas, esteras, utensilios y cuanto llevaban para el servicio de los soldados, pero faltando algunas horas para la llegada al punto final de la jornada diaria, el proceso se invertía y ellas solas sin la dirección de algún oficial o clase se adelantaban a las tropas en marcha para montar el vivac, recoger combustible para la cocción de alimentos, recolectar agua, atender a sus hijos menores de edad y conseguir alimentos en el campo o poblaciones aledañas, lo que implicó un alto organización y liderazgo. Cuando la tropa llegaba a su desno diario, el campamento improvisado se encontraba montado, la comida en preparación y las rabonas esperando a sus soldados (von Tschudi, 2003). Se encargaban adicionalmente del aseo y arreglo de sus uniformes y eran las enfermeras de la tropa cuando se enfermaban o caían heridos en combate. Sin embargo, también cumplían un papel muy importante al compartir con el soldado el afecto y cariño, evitando con ello la deserción del personal de tropa producto del desarraigo de su erra y familia. El origen del término rabona es bastante controversial, una de las explicaciones más aceptada es que ellas marchaban ocupando el último lugar de la caravana militar” (Villavicencio, 1997), dicho de otra manera, en la “cola” del destacamento o “rabo” del mismo. Muchas respetables opiniones de investigadoras contemporáneas de organizaciones feministas consideran por este

Acuarela de Francisco “Pancho” Fierro, muestra a un soldado de infantería con rie al hombro y guitarra en otra mano, seguido por su rabona que lleva una esterilla y sus utensilios de cocina a la espalda. Imagen tomada de la página web www.losempos.com.

 En el Ejército se conoce con el término “vivac” al campamento improvisado donde las tropas pernoctan.

…y si no conseguían leña propiamente dicha, entonces recolectaban chamiza, que es una leña menuda y también champas o paste seco duro, y taquia o estiércol de camélidos. (Denegri, 2015). El término “cola” aún es parte del lenguaje coloquial del personal militar en el Peru-

Fotografía del archivo Courrent en donde se aprecia a soldado peruano y su rabona durante la guerra del Guano y el Salitre. Archivo Courrent de la Biblioteca Nacional del Perú.

hecho, que el término rabona es despectivo (Barrig, 2019). Sin embargo, luego de haber explicado el motivo lógico por el cual ellas ocupaban el último lugar entre los destacamentosde marcha, es entendible que el término sea coloquial y no despectivo. Otra de las explicaciones es que “durante la guerra de la Independencia para ingresar al servicio era obligatorio cortarse el pelo, al igual que a las mulas se les cortaba el rabo por el miedo a las alimañas” (Villalobos, 2019), esto se basa en el hecho que el término rabón significa “que en el rabo más corto de lo normal o carece de él” (DLE, 2019). Nanda Leonardini en su artículo:

Presencia femenina durante la guerra del Pacífico. El caso de las Rabonas  (2014) menciona: “…Mal vista por la sociedad conservadora de su época por romper con esquemas prestablecidos, así como por las autoridades castrenses no solo por su sexo, sino por su miserable aspecto, para “disuadirla” en su empeño era humillada cortando de raíz el único atributo de hermosura feminidad que la pobre poseía: sus largas y negras trenzas”. En la cita, la autora afirma sin fundamento que existe una intensión de disuadir a las rabonas en su empeño de seguir a su soldado durante su servicio militar, cuando más bien, las rabonas era fundamentales para asegurar el servicio de alimentación, campamento, atención de enfermos y heridos, etc. Siendo aceptadas por la oficialidad como una necesidad vital ante las inmensas carencias de organización y logística de nuestro Ejército en el siglo XIX. En cuanto al corte del cabello, no se realizaba con la intención de “humillarlas”, esto era un requerimiento mínimo de salud e higiene tanto en hombres como mujeres en una época en la que era muy dicil implementar medidas sanitarias de control de parásitos en la tropa

 

En América latina, durante el siglo XIX e inicios del siglo XX se registró la partiipación de las mujeres en los ejércitos, con diferentes nombres como: “soldaderas” o “adelitas” en México, “cantieras” en Chile, “juanas” en Colombia, “troperas” en Ecuador, etc. Sin embargo, las características del servicio de las rabonas peruanas eran únicos y parculares, siendo muy similar al de las rabonas bolivianas, con quienes compartían una cultura muy cercana. Como ejemplo de estas diferencias, las cantieras chilenas vestian uniforme, percibían unaremuneración similar a la del soldado y eran reconocidas formalmente por el Ejército de su país como un elemento auxiliar en campaña, teniendo un efectivo mucho menor que en el Perú y Bolivia (Villacaqui, 2019).En el Perú, el Ejército no reconocía oficialmente la existencia de las rabonas, a pesar que eran parte vital de la vida cotidiana del cuartel o campaña. Sin embargo, se llevaba muchas veces un registro interno de las rabonas de las unidades de tropa con la indicación del soldado al que pertenecían (ACEHMP, 1879), tampoco se les asignaban la ración de comida ni dinero. Estas valientes mujeres se alimentaban de la ración del soldado y lo que conseguían en campaña. Ellas no tenían ningún tipo de derecho dentro de la institución armada. La existencia de las rabonas no pasó desapercibida para algunos extranjeros en nuestro país, quedando registrado varias narraciones. Al respecto se reproduce algunas citas de dos de los principales observadores extranjeros. La escritora y feminista francesa de ascendencia peruana Flora Tristán, quien fue espectadora de la guerra civil de 1834 y los aprestos bélicos de Arequipa en aquella revolución, escribió en su libro Memorias de una paria  (2003) lo siguiente:

…Cargan sobre sus mulas, las marmitas, las tiendas y, en fin, todo el bagaje. Arrastran en su séquito una multitud de niños de toda edad. Hacen parr sus mulas al trote, las siguen corriendo, trepan así las altas montañas cubiertas de nieve y atraviesan los ríos a nado llevando uno o a veces dos hijos sobre sus espaldas. Cuando llegan al lugar que se les ha asignado se ocupan primero descoger el mejor sio para acampar. Enseguida descargan las mulas, arman las tiendas, amamantan y acuestan a los niños, encienden los fuegos y cocinan. Si no están alejadas de un sitio habitado van en destacamento en busca de provisiones. Se arrojan sobre el pueblo como bestias hambrientas y piden a los habitantes víveres para el Ejército. Cuando los dan con buena voluntad no hacen daño alguno; pero si se les resiste se baten como leonas y con valor salvaje triunfan siempre de la resistencia…

Unos años después, Johann von Tschudi, viajero, naturalista y lingüista suizo, en su obra

El Perú esbozos de viajes realizados entre 1838 y 1842.

En los Ejércitos hay casi siempre tantas mujeres como hombres. Cuando Santa Cruz entró en Lima, su Ejército consistía de 7000 hombres seguidos por 6000 mujeres……Llegan mucho antes al previsto lugar de descanso. Al llegar buscan leña para el combustible, cocinan la merienda que llevan consigo y esperan a sus esposos, hermanos o hijos con la comida preparada. En las inhóspitas y solitarias regiones montañosas, esta preocupación tiene un valor incalculable ya que sin ellas la tropa moriría de hambre. Estas mujeres no causan molestia alguna forman rápido de las columnas, al contrario lo facilitan al aliviar a los soldados de parte de sus trabajos y les proveen descanso y alimentación adecuada. También se proveen de sus propias necesidades y ni el Estado ni los comandantes de las tropas se preocupan de ellas.

Existiron otros relatos de extranjeros sobre las rabonas, como el del general español Andrés García Camba actor y testigo de la guerra de la Independencia del Perú, quien describió el intento del virrey Pezuela de desterrar la “perniciosa costumbre de que un ejército de mujeres siguiera a las tropas en sus expediciones” , así como la participación activa de ella en el combate de Umachiri (Villacaqui, 2019), otro eminente extranjero en nuestro país, Sir

Clements Markham, en su libro La guerra entre el Perú y Chile  (1883) describió sorprendido los valiosos servicios que prestaron la rabonas al Ejército del Perú en esta guerra (Villacaqui,2019) un fragmento reseña: El agua es escasísimo y precioso elemento en los arenales del Perú, más la rabona casi siempre se ingenia para tener con que humedecer los labios del herido. Otras veces, puede vérsela buscando el yacente cadáver de su amado e imprimiendo en sus labios el último beso, indiferente a las balas que silban en su derredor”. Por otra parte, en el arte destaca la controversial imagen sobre la rabona de Paul Marcoy  (Miseres, 2014) en su obra Voyage de l’Océan Pacique a l’Océan Atlatique, atravérs l’ Amerique du Sud.(1864), en este grabado se representa a la rabona como una mujer con todo el menaje a cuestas, vestida con harapos, con una severa mirada adusta e incluso cargando el fusil del soldado que le da la espalda en el grabado. En nuestro país, Manuel Atanacio Fuentes en su obra:  Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres (1985), incluye cinco imágenes sobre las rabonas del archivo del fotógrafo Eugene Courrent y de acuarelas de Pancho Fierro que nos permite apreciar a través de las imágenes, los diversos trabajos que realizaban estas denodadas mujeres y su acción con el soldado (Miseres, 2014). Sin embargo, el cuadro que identifica a la rabona definitivamente es la obra del pintor español radicado en Lima, Ramón Muñiz en su óleo llamado El repase  (1888). El cuadro está ambientado en la toma del pueblo de Chorrillos el 13 de enero de 1881, donde se puede apreciar a un soldado peruano caído, siendo defendido por una rabona quien intenta detener al soldado chileno que está a punto de “repasar” al soldado, en el suelo se puede ver a una criatura hijo de la rabona y el soldado peruano (Leonardini, 2014). 

 Las rabonas estuvieron presentes en todas las campañas militares desde la guerra de la Independencia, integrando los Ejércitos de ambos bandos, a lo largo de los conflictos.

EL argentino Del Mármol describe el accionar de la mujer quechua, aimara así: “Cuando ascendía a la cuesta, era verdaderamente conmovedor el espectáculo que ofrecían unas 300 o 500 rabonas, descendiendo hacia Tacna con sus hijos a la espalda, sus ollas de comida en la mano, las lágrimas en los ojos y una queja dolorida en los labios

 Paul Marcoy era el seudónimo del francés Laurent Saint-Cricq, integrante de una expedición científica del gobierno francés a la Amazonia entre 1843 y 1847

 Los soldados chilenos “repasaban” a los soldados caídos en el combate, incluso si se encontraban gravemente heridos e incapaces de continuar el combate, en fragrante crimen de lesa humanidad, hechos descritos con la mayor naturalidad por varios autores chilenos de dicha época.

internacionales y revoluciones del país y muy particularmente durante la guerra del Guano y del Salitre en donde acompañaron al soldado en todo momento, como fue registrado en los desplazamientos del Regimiento de artillería 2 de Mayo  desde Ayacucho a Pisco a pie y de ahí a Iquique en barco o el batallón  Zepita  que con el entonces coronel Andrés A. Cáceres, se trasladó desde el Cusco a Arequipa a pie, de esta ciudad a Mollendo en ferrocarril y de ahí a Iquique en barco, en todo momento con sus fieles rabonas. Existen algunos relatos sobre su participación en combate que quisiéramos destacar, como el del señor Francisco Mostajo en su artículo La rabona, heroína nacional publicado en el diario La Crónica en el año 1952 y reproducido por Freddy Bruno y Maribel Pacheco en su tesis:

La participación de la mujer durante la guerra con Chile, el caso de las rabonas  (2014), se trata de la narración de la muerte de un joven sargento que cae luchando en la cuesta del cerro San Francisco en el intento detonar los cañones chilenos y la reacción de su rabona quien: “…como loca, furiosa y los ojos llenos de lágrimas, se arroja sobre él, luego de abrazarlo y besarlo desesperadamente, le arranca el rifle que aún lo sostiene con fuerza, para ocupar su puesto al frente de la compañía; y clamando venganza toma cartuchos de las mantas de los soldados, para seguir avanzando sobre el enemigo, disparando…” lastimosamente, ella tiene que replegarse con los soldados  al no recibir refuerzos e iniciarse la deserción de nuestro aliado e inician el penoso desplazamiento a Tarapacá por el desierto del Tamarugal. Participa en la gloriosa jornada del 27 de noviembre, venciendo al enemigo, pero sale herida en un brazo por su temeridad, las gigantescas penalidades y carencias en la retirada hacia Arica por los contrafuertes andinos y desiertos, ocasionará que muera esta anónima heroína peruana. Existe un caso emblemático, que permite grafiar la presencia de las rabonas en las acciones de armas, y el silencio absoluto del país frente a su valiosa participación en las operaciones

En 1898 llegó a nuestro país la misión militar francesa, encargada de reformar a nuestro ejército e institucionalizarlo, tomado una serie de medidas con miras a la profesionalización dela fuerza, una de sus primeras medidas fue desterrar la figura de la rabona, organizándose a partir de entonces las juntas económicas de rancho de tropa que administraban los víveres y medios económicos requeridos para la confección del rancho de tropa, de acuerdo a normas estrictas de salubridad y nutrición, con raciones reglamentarias, a horarios establecidos y en comedores centralizados en donde el personal de tropa empezó a pasar sus alimentos en forma conjunta. De igual manera, se organizaron los servicios logísticos que permitieron cubrir necesidades de abastecimiento, mantenimiento y sanidad en campaña solucionando el problema de soporte logístico al ejército en operaciones. A pesar del silencio e indiferencia del Estado peruano, la discriminación de la sociedad del siglo XIX y la incomprensión de su valioso papel en los momentos difíciles del Perú, su figura a perdurado en el tiempo, siendo en vísperas de nuestro bicentenario como República, el momento oportuno para que el Estado, el Ejército y la sociedad peruana en su conjunto reconozcan su valor, heroísmo y espíritu de sacrificio, de tal manera que su recuerdo sirva de ejemplo y orgullo a las nuevas generaciones de peruanos.


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