lunes, 9 de marzo de 2020

ORBITA HUAMALIANA



Domingo, 8 de marzo 2020

CULTURAL
HUÁNUCO : La ultima frontera
Por Alvaro Rocha -RUMBOS
Esto no podía ser real. Era como el cielo en la tierra. Tal vez las dos horas de trepada hasta los 4.120 m.s.n.m. me habían jugado una mala (o buena) pasada, pues tenía el corazón y la cabeza galopando entre las nubes. Y es que desde Tinyash se aprecia la Cordillera Blanca en todo su esplendor, no hay duda de que los Huacrachucos escogieron este sitio ex profeso para tener a la vista a los apus tutelares, a los poderosos espíritus de las montañas. Vi siglos de viento, vi el cielo azul y todos los azules, vi los nevados atravesando las nubes, vi al mundo reposar en sí mismo, vi la perfección.

Este viaje empezó hace más de 40 años, cuando hojeando esos inolvidables documentales del Perú, me topé con una foto de un monolito y, parado al lado de esta estela de finos rasgos, se encontraba el explorador ancashino Santiago Antúnez de Mayolo. No había mayor información, solo que había sido hallada en un lugar llamado Tinyash.

Finalmente, la directora de Dircetur Huánuco, Catherine Sánchez, gracias a los buenos oficios de Emy Barrueta, nos brindó todas las facilidades para que pudiera cumplir un sueño largamente acariciado. Incluso nos acompañó Elvira Soto, especialista en turismo, para peinar toda un área geográfica, pertenecientes a las provincias de Huacaybamba y Huamalíes, con excepcionales recursos turísticos que a mediano plazo, cuando mejoren los accesos y la infraestructura, va a dar que hablar.
Para que se hagan una idea, nos tomó 22 horas cubrir el tramo entre Lima y Huacaybamba. Desde este pueblo, que curiosamente cuenta con dos chifas, se debe transitar hasta el caserío de Ushca, donde se inicia la caminata. Paladeando en este trayecto de una hora, un paisaje sobrecogedor: una garganta interminable con cultivos multicolores que descienden como una cascada hasta culminar en un encañonado río Marañón.
En Tinyash cinco vestigios llaman poderosamente la atención: la existencia de cabezas clavas; la utilización de colosales piedras bien pulidas de hasta 6 metros de largo; el uso del cuarzo en sus muros; dos fabulosos templos sin parangón en el Perú cuyo techo a dos aguas está compuesto por ocho pestañas; y finalmente la estela de mis fantasías infantiles, que se halla tumbada en el suelo, tiene 2.55 m. de largo por 0.93 de ancho y está partida en dos desde tiempos inmemoriales, sin embargo,  se aprecia claramente a una mujer guerrera que lleva una vara en una mano y una cabeza trofeo en la otra.
Si bien este prodigioso conjunto arquitectónico se le atribuye a los Huacrachucos, sigue siendo un enigma cual fue la cultura originaria que elaboró este complejo el siglo XI d.C. Garcilaso de la Vega menciona que “Al Inca le era necesario conquistar primero aquella provincia Huacrachucu para pasar a la Chachapuya; y así mandó enderezar su ejército a ella”.
Según el historiador José Varallanos, los huacrachucos ocupaban las tierras del lado oriental del Marañón desde Singa hasta la actual provincia de Huamachuco, y adoraban a las serpientes y al cóndor.  Julio C. Tello más bien opinaba que la región de los huacrachucos fue parte de la expansión de la civilización Chavín, con elementos comunes como las esculturas líticas y las cabezas clavas.
Y el francés Louis langlois sostiene que los Huacrachucos cedieron paso a los Chachapoyas en su expansión al sur, y es que en muchas edificaciones de la zona se aprecian los clásicos frisos en zigzag de los Chachapoyas. Incluso, asocian a las cabezas clavas con la de los Pinchudos del Pajatén.
En fin, bajamos a Ushca por un delicioso bosque de alisios salpicado de flores amarillas y violetas. Las sombras ya eran largas y llegamos a Huacaybamba a oscuras. Las estrellas se instalaban generosas en el firmamento, eran demasiadas y muy brillantes para mi cómputo citadino; sin embargo no me abrumaban, por alguna extraña razón sentía que me convocaban.
Al alba, abandonamos Huacaybamba rumbo al sur, precisamente al poblado de Arancay. En el camino nos estacionamos cerca al pueblo de Pirushto y Elvira junto a Gutner Salazar, director de la oficina subregional de Huacaybamba, subieron al complejo de Manchac, que fuera visitada por el sabio Julio C. Tello en 1932. Yo me quedé a contemplar una sublime vista del cañón del Marañón, y conversé con Filomeno Esparza  (86), uno de esos sujetos que sufren de incontinencia verbal, aunque no caía pesado porque tenía vitalidad y humor.
Me contó que en Huanchac el saqueo había sido bravo, “se han llevado joyas y huacos”. Y esto me lo confirmó Salazar: “No solo en Huanchac, en Tinyash habían decenas de estatuillas hasta 1950, y además se han llevado la mayoría de  las cabezas clavas”. Luego hicimos una visita exhaustiva a Palta Castillo, a un paso de la carretera, con frondosos arbustos y árboles que corroen las estructuras  que no están en buen estado, aunque destaca un muro bastante alto.
Casi inmediatamente llegamos a Arancay, que significa tarántula en quechua, y es el símbolo del municipio de esta localidad. Y es que Arancay tiene un aire a ceja de selva, con una vegetación desbordante. No perdimos tiempo, movimos nuestros huesos por un sendero mínimo que luego se transformó en un camino inca, empedrado y todo.

Interior de un tambo circular en Arancay. Foto: Flor Ruiz

La arboleda casi no dejaba apreciar las ruinas de Tambo, que de hecho son bastante extensas, aunque solo se puede apreciar un 10% del complejo. Lo que nos sacó del cuadro fue una construcción cuadrangular que se elevaba sobre las demás, y que por dentro es cilíndrica, con cornisas para que suban los encargados de la vigilancia del torreón.
Si bien hay muchos otros vestigios arqueológicos en Arancay, hay uno, Magan Patay, que destaca por estar dentro de una chacra. Es una bella torre estilizada  al estilo chachapoya en medio de árboles frutales, y una enredadera de uva que trepa por una de las paredes.
A diferencia de Tambo, todo el camino a Magan Patay es una perpetua bajada, casi hasta los límites del Marañón, y el paisaje es como un dibujo obscenamente puro, los campos de maíz verde amarillo se ondulan y quiebran como si fuera un tsunami vegetal. Como decía el poeta griego Kavafis, el destino no lo es todo: “Cuando emprendas tu viaje a Itaca, pide que el amino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”. Kavafis tenía razón.
Solo teníamos un caballo y la subida era brava. Se suponía que yo iba a cabalgar hasta la mitad del camino, pero Valentín Tapia, el teniente alcalde, se retrasó y mi caballo, brioso y rebelde, trepó a paso firme hasta Arancay mientras Flor iba soltando diatribas, roja de furia. Sin sentimiento de culpa, desayuné caldo verde con ollucos, mientras los cuyes correteaban por el suelo de la cocina.

Complejo de Tinyash. Foto: Flor Ruiz

La estupefacción no se detenía entre la combinación de belleza geográfica y complejos prehispánicos. A un paso del pueblo de Chequias, ya en el distrito de Jircán, se eleva por 15 metros, uno de los monumentos más admirables y solitarios de esta ruta.
Se trata de Mariagán, cuya pared está recubierta de bromelias, y en la parte superior hay un diseño que incluye ojos, nariz y boca, como si fuera un gigante.
Después pasamos por Huancash, con una piedra sagrada en su plaza principal. Es una wanka erecta, de ahí el nombre del pueblo. La carretera nos llevó inefablemente a Jircay, y el sol nos derretía, pero igual Flor y Elvira que habían caminado como chasquis ese día, subieron a Maray Pampa, con sus desafiantes torreones emergiendo entre la maleza.
Dormimos en Jircán, en un hotelucho donde había que sortear decenas de gallinas para ocuparse en un baño sin luz. Nos levantamos a las 4.30 am. y nos dirigimos a Urpish, pues teníamos que explorar 3 complejos arqueológicos: Auga Punta, una descomunal fortaleza de 700 metros de extensión que está rodeada por una doble fila de murallas que culminan en afiladas piedras, como los dientes que muestran las fieras a sus enemigos. Mientras que Auga Punta fue el bastión que resguardaba la entrada a esta zona por la parte alta, Cruzpampa, un sólido baluarte a solo unos metros de Urpish, defendía el ingreso de posibles invasores a los dominios de los Huacrachucos (según Varallanos esta era su frontera sur), en la parte baja. En la parte intermedia está Soltero Castillo con enigmáticas figuras grabadas en sus altivas paredes.
De Urpish enrumbamos a Tantamayo, pasando por Carpa, la segunda laguna más extensa de Huánuco después de Lauricocha. No me extenderé mucho sobre Tantamayo, porque la idea del reportaje era describir el lado desconocido de Huánuco. Aunque, a pesar que Piruro, sobre todo, y Susupillo han sido motivo de algunas notas periodísticas, casi no vienen turistas a visitar este fabuloso valle que cuenta además con la fortaleza de Japallán, Jipango y el trencito de Selmín (21 graneros que semejan vagones de tren). El notable guía local, Eladio Marticorena, me cuenta las razones de esta inexplicable ausencia de visitantes: “Hasta 1984 venían grupos de franceses, pero ese año llegó Sendero y todo se fue al diablo. Luego fue la lacra del narcotráfico, que hasta el 2010, venían del Monzón y acampaban en la misma plaza de Tantamayo, con mulas cargadas de droga resguardados por hombres con metralletas”.
Ahora todo ha cambiado. Puedo dar fe. Yo estuve en 1993 y por un pelo no me capturó Sendero. Yo estuve el 2002 y la droga campeaba. A veces pienso que no tengo patria ni corbata, que mi patria son las montañas, que me dan sentido y purifican, y mi corbata son mis ojos y mi lapicero. Mi espíritu volvió a alcanzarme en esta región indómita de Huánuco, donde la tierra respira historiay se siente el fragor de las estrellas en los huesos, donde todo es más sencillo y más cercano, desde el abismo azul del Marañón a la mirada pura de la gente. Y en esas montañas, olvidé mis bolsillos, las miserias de Lima, y solo sentí que mi alma despertaba y mi corazón sonaba fuerte, como un estampido entre las nubes y las olvidadas murallas sin tiempo de nuestros antepasados.
FUENTE: Revista RUMBOS


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